Carmelo Prestipino lleva 3 años trabajando para mostrar alegría a un barrio con historia violenta.
“Buen día. ¿Cómo vamos? Bienvenidos”.
Desde la acera de la casa cural de la parroquia Santa María La Sierra, el padre Carmelo Prestipino saluda con una sonrisa a los habitantes del barrio que transitan por la empinada calle.
Niños y adultos responden amablemente al saludo.
Hace tres años el cura italiano llegó al barrio La Sierra, de la comuna 8 de Medellín. Supo que iba al lugar indicado cuando al intentar coger un taxi que lo llevara hasta allí, varios conductores se negaron a prestarle el servicio. “No padre, hasta allá no subimos. Es muy peligroso”, le decían.
En vez de desconsolarse, la negativa de los taxistas lo animó. La ansiedad le acrecentó la energía y el buen humor que lo caracterizan.
Desde ese episodio, cuando por fin consiguió quién lo llevará, trabaja para construir comunidad y cambiar la imagen de un barrio que históricamente es conocido como “violento, caliente y donde las balas son la constante”.
Antes de llegar a la ciudad, Carmelo, que pertenece a la comunidad Josefinos de Murialdo, vivió 18 años en Albania. Allí, al igual que en La Sierra, había grandes problemas sociales.
Sin embargo, para él, la labor que hizo en ese país del sureste de Europa fue mucho más difícil porque no había nada. Incluso le tocó trabajar en la construcción de una escuela técnica y de algunas casas.
Contrario a eso, en La Sierra encontró una estructura organizada: en la parroquia, la biblioteca y los comedores barriales lideran diferentes actividades para congregar a quienes lo habitan.
Carmelo llegó para reforzar, además de esa labor, una en particular, de su interés: la educación.
“Hay muchos niños que no van al colegio porque no tienen qué comer. El compromiso con el comedor es uno: te doy el almuerzo y vas al colegio”, dijo.
Esa es una de las estrategias implementadas para que niños y jóvenes no pasen todo el día en la calle, pues pueden caer en la delincuencia.
Para que eso no suceda, él, en compañía de cuatro jóvenes, también italianos, ofrece talleres didácticos de pintura, geografía y ajedrez.
Además, en las últimas semanas han estado elaborando instrumentos musicales con material reciclable como cartones y latas para que entre todos, formen una gran orquesta.
Antonio Facendola es uno de los jóvenes.
Lleva cuatro meses en la ciudad y todos los días sube al barrio para jugar con los niños y adelantar gestiones. Por ejemplo, el pasado 25 de julio, en la biblioteca realizó el primer cine foro.
Unos 50 niños asistieron. La respuesta numerosa, el reconocimiento y las muestras de cariño, lo motivan a seguir trabajando.
Él hace parte de la ONG italiana ‘Engim’, que tiene como objetivo principal apoyar proyectos sociales y educativos en diferentes partes del mundo.
“Una de las metas es lograr que la biblioteca no solo sea un espacio de libros, sino también un lugar para el encuentro comunitario”, aseguró el joven de 28 años.
Mientras el padre conversa con doña Rosa Elvidia, vecina que aseguró que en la iglesia siempre se hace junto a él, muestra algunos de los grafitis que los muchachos del barrio han pintado en los muros.
Las figuras son una demostración de arte y paz. A la vez, el padre, les da un abrazo a varios niños que se le acercan.
Carmelo quiere conseguir que entre todos los vecinos haya confianza y trabajen por el bien común, buscando con esto, mostrar la otra cara de La Sierra.
Y es que en el barrio también hay alegría, se puede andar tranquilo, la gente se respeta y no temen ocultar su realidad. “Aquí no solo hay balas. También hacemos ‘Carnavales de la vida’, conciertos y actividades culturales.
Pero claro, eso no sale en los medios y, cuando hay balaceras, son los primeros en llegar.
“Y ya llevamos un año y medio sin disparos”, dijo al recordar que hace mucho no ve un periodista.
MÓNICA MARÍA JIMÉNEZ RUIZ
Para EL TIEMPO
MEDELLÍN